Tengo cuatro videoconsolas de color rosa, varias tazas de Hello Kitty, muñecos y, en fin, toda clase de paridas monas que he ido encontrando. Hasta unos gayumbos rosas, qué diantre. Para explicar de dónde me viene el gusto por el rosa es importante que te detengas ahora mismo y analices lo que estás pensando o sintiendo al escuchar esto. Es inevitable para casi cualquier persona sentir algo de sorpresa o desconcierto y no es raro que llegue a escaparse un juicio. Y esto es así porque el rosa no es un color sin más. Es un color que tiene asociado una serie de identidades, de roles. El rosa es el color de lo ñoño, de lo cursi, de lo gay. Es el color de las niñas.
Los videojuegos no nacieron siendo una forma de arte. Como casi todas las artes, nació como un pasatiempo, un divertimento. Un juguete. Al principio la tecnología era tan básica, tan improvisada, que no había lugar para mucha diferenciación: no hay género posible en un Pong, en sus cuatro píxeles gigantes monocromáticos. Pero según avanzan los tiempos y la informática, también el interés de las compañías jugueteras por introducir los clichés del mercado habituales en sus demás productos para niños. Y el videojuego se empapa de estos clichés, y las aventuras nos muestran a vigorosos héroes hipertrofiados que han de rescatar a la princesa siliconada de turno. Así, los juegos se convierten, de una manera casi natural, en un campo para chicos. El problema es que esto no es verdad, y las niñas nunca dejaron de jugar. Son los juegos los que en cierta medida se alejaron de ellas, con unos contenidos cada vez menos neutrales y más orientados a seducir a los chicos. Y la solución de estudios, distribuidoras y jugueteras fue muy obvia: llevemos los juguetes de niñas a los videojuegos. Y así, el rosa entró en juego.
Porque las videoconsolas rosas son para niñas. Incluso en pleno siglo XXI, aún escuchamos a las compañías presentar sus rosados cachivaches con el argumento de “captar público femenino”. Un público que se ha visto expuesto desde que nació al color que lo representaba. Y ahí reside el problema: el rosa es para chicas, sí. Y lo es porque todos los demás colores son para nosotros, los chicos. Y con los videojuegos ocurre parecido: todos son para hombres, menos los que tienen la caja rosa. Esos no, esos son para ellas. Existe un color que podemos saltar rápidamente mirando juegos en una tienda: sabemos que no es para nosotros. No tenemos ni que pensarlo, sencillamente ignoramos los juegos de empaquetado rosa, igual que las niñas pequeñas los reconocen y abrazan como propios.
Y el color no es más que el caballo de troya que trae oculto un increíble montón de roles y clichés de género. Porque ahí están las series de juegos de Ubisoft, los Imagina, que por lo general son un manual sobre lo que debe ser una mujer en nuestra sociedad, las profesiones que le tienen que interesar y los sueños que deben perseguir. Si hay un juego que hable sobre cómo montar tu boda perfecta, o cuidar a un bebé, da por seguro que la caja va a ser rosa. Si un juego es de cocina, va a ser la madre la que lo represente. Y esto choca, sobre todo cuando los chefs de renombre que vemos en la tele son casi todos hombres.
Pero esto son sólo unos pocos ejemplos de entre una insoportable montaña de roles de género a los que se ven expuestos niños y niñas. Y los videojuegos, especialmente los dirigidos a niños muy pequeños, ayudan a fijar estas ideas sobre qué debes ser, qué debe representarte y qué no. Y puedes patalear, puedes pensar que “es lo normal”, que siempre ha sido así, que se ven problemas donde no los hay. Que no pasa nada. Pero si ves algo rosa, sabes lo que significa como lo sabemos todos. Lo saben las mujeres que lo adoptan de manera natural en su ropa, en su maquillaje, en sus complementos, como lo saben todas esas mujeres que lo desprecian por lo que simboliza, porque les vino impuesto. Y sí, es solo un color, pero no es uno cualquiera. Trae bicho.
Así que un pequeño reducto de juegos se vuelve rosa. Y sí, es verdad que no se puede culpar a las compañías que viven de los videojuegos de un mal que es de toda la sociedad, como no se les puede forzar a que hagan lo que nosotros queramos. Al fin y al cabo nosotros elegimos lo que comprar y lo que no. Pero si lo hacen mal, o mejor dicho: si pueden hacerlo mucho mejor, hay que decirlo. Y en esto han fallado todas.
Y lo que estas compañías hacen no deja de ser sacar beneficio de una tara en nuestra sociedad. Pero claro, para que comprendiesen eso primero tendrían que darse cuenta de que hay un problema, entender que el mundo no puede dividirse entre héroes y princesas, que la ficción necesita cambiar. Que es importante porque los niños merecen, en pleno siglo XXI, que creadores, educadores y padres reflexionemos más sobre qué puede hacerles más felices, si el viejo e injusto mundo binario o uno más grande y lleno de posibilidades. Y para empezar a ponernos a ello basta con darnos cuenta del problema, y aceptar que igual que ya no somos tan ingenuos como para creer que el sol lo trae rodando cada mañana un puñetero escarabajo gigante, no podemos aceptar que tener unos u otros genitales condicionen todo lo que eres, todo lo que disfrutas, todo lo que puedes soñar.
Como decía una profesora cuando yo tenía unos 17 y estudiaba bachillerato de artes, el rosa es simplemente rojo poco saturado. Nada más. Todo significado, toda losa que le carguemos a un color es cosa nuestra. Nosotros le hemos asignado este color a un género, y con él mensajes más o menos directos sobre lo que esperamos de él. Y luego las niñas crecen y eligen rechazar o abrazar el color, pero eso es lo de menos. Lo importante es que provoca una reacción, porque de algún modo simboliza cosas que importan. Y opines lo que opines, aunque para ti todo esté perfecto tal y como está, entender que para mucha otra gente los juegos con los que crecen de niños suponen un problema cuando son adultos, debería hacerte reaccionar. Y creo que deberíamos crecer un poquito como personas con empatía, como sociedad y dejar que el rosa sea rojo poco saturado, y que los colores y los niños sean todo lo libres y felices que podamos.